Dejadme daros algunas razones por las que carecemos de disculpas para no mantener una vida de oración disciplinada. No me refiero a momentos esporádicos de oración, sino a una rutina diaria en la que separamos tiempo individual para buscar el rostro de Dios. Así como el incienso del tabernáculo debía subir a la presencia de Dios al amanecer y al anochecer (Éxodo 30:7-8), los santos deben desarrollar hábitos cíclicos de oración personal. Algunas razones para ello:

(i) Porque la Escritura nos llama a orar perseverantemente. El apóstol Pablo nos manda orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17). Jesús nos advierte sobre la necesidad de orar y no desmayar, invitándonos a seguir el ejemplo de la viuda pobre, quien obtuvo respuesta del juez injusto a causa de su férrea insistencia (Lucas 18:1-8). También la parábola del amigo importuno nos recuerda la desfachatez con la que debemos insistir en la oración (Lucas 11:5-8). El rey David expone su propia rutina de oración: “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz” (Salmos 55:17). Estos son algunos ejemplos de la abundante enseñanza bíblica al respecto. Por lo tanto, desobedecemos a las Escrituras si no oramos con regularidad.   

(ii) Porque las consecuencias de no cultivar una vida de oración son lamentables. No dejaríamos ni un día de tomar una medicina de la que dependiese nuestra vida. ¡Cuánto más la oración! De ella depende nuestra vida espiritual. (a) El que no ora verá sus afectos espirituales mermados. Dejará de percibir la presencia de Dios, tendrá menos deseos de leer las Escrituras y tendrá sus ojos cerrados respecto a la belleza de la santidad y de los propósitos a los que ha sido llamado (Salmos 119:18, 58; Salmos 25:4). (b) El que no ora será incapaz de percibir la gravedad de su pecado, y mucho menos encontrará vigor para darle muerte en el momento oportuno (Mateo 26:41). (c) El que no ora se verá débil para dar testimonio de la fe y sufrir vituperios por la causa de Jesucristo (Hechos 1:8). (f) Finalmente, el que no ora verá poco del obrar divino a su alrededor, porque Dios actúa en respuesta a la oración de su pueblo (Lucas 11:9-10). La falta de oración llevará a la muerte espiritual y, en el peor de los casos, a la apostasía*.    

(iii) Porque Dios responde a la oración. En palabras de Jesucristo: Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 10Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (Lucas 11:9-10). ¿Cómo podemos estar seguros de tamaña afirmación? ¡Porque Jesucristo lo ha dicho! Pero podemos añadir dos elementos:

a. La respuesta de Dios descansa en Su amor paternal para con su pueblo (Lucas 11:11-13). El amor del Padre le mueve a dar incluso el Espíritu Santo – ¡su mismísima presencia! – a los que se lo piden. Por torpes y escasas que sean nuestras oraciones, el amor divino se encarga de responderlas dándonos lo mejor. Semejante amor debería impulsarnos a orar ferviente e insistentemente. Calvino afirmaba que un hijo en el regazo de su padre es la mejor imagen que tenemos de la vida de oración del creyente. ¡Qué gloriosa verdad!

b. La respuesta de Dios descansa en la obra perfecta de Jesucristo y en su continua intercesión a favor de su pueblo. En este sentido, Jesucristo nos llama a pedir en su Nombre: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.” (Juan 14:13-14). Pedir en el Nombre de Jesús implica pedir conforme a Su voluntad, y en base a su autoridad como representante de su pueblo. Jesucristo murió y resucitó para sentarse a la diestra del Padre como nuestro representante. Él es nuestra justicia delante de Dios y nuestro continuo intercesor (Hebreos 4:14-16). Nos acercamos confiadamente al trono de la gracia, porque no lo hacemos en nuestro nombre – ¡pues seríamos consumidos! –, sino en el nombre de Jesucristo. Nos acercamos bajo el amparo de su autoridad.

(iv) Porque mediante la oración Dios forja nuestros corazones haciéndonos aptos para recibir lo que viene de Su mano. A diferencia de lo que muchos enseñan, la oración no tuerce el brazo divino para que responda a nuestro clamor. Dios sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos y está muy dispuesto a otorgarlo. La perseverancia en la oración dispone nuestros corazones para que sean aptos para recibir apropiadamente lo que viene de Él. Si nuestros corazones no son humillados y saciados en su presencia antes de recibir sus bendiciones, las estropeamos ni bien llegan a nuestras manos – las trasformamos en ídolos que suplantan el amor divino. Pero la oración continua nos capacita para que las bendiciones de lo alto produzcan gratitud y adoración, y alcen nuestra mirada al Dios que es nuestro todo en todo.

(v) Porque los beneficios de la oración son incalculables. Por la oración Dios despierta nuestros deseos de conocer-Le y meditar en su Palabra. Por la oración las verdades bíblicas que vamos aprendiendo se encienden como llamas de afectos santos por nuestro Padre celestial (Salmos 119:18). Por la oración somos conscientes de la realidad del pecado, nos arrepentimos y crecemos vigorosamente en santidad (Salmos 53). Por la oración tenemos victoria en contra de Satanás y las huestes de maldad (Efesios 6:10-20). Por la oración ganamos vigor espiritual para hablar de Jesucristo y sufrir por su causa (Efesios 6:18-20). Por la oración vemos milagros de la mano del Padre (Santiago 5:16). Por la oración Él trae salvación a muchos y extiende su Reino (Lucas 11:2). Y, principalmente, por la oración Dios desciende con su bendita presencia en medio de su pueblo. ¡Él es el mayor anhelo y la mayor de la dádiva de sus hijos! (Lucas 11:2; Salmos 42:1-2).  

Palabras finales: querido hermano, de ninguna manera quiero desanimarte en tu vida de oración. ¡Todos luchamos por ser disciplinados! Mi más sincero deseo es darte motivos sólidos por los que no desalentarte en el camino. No nos esforzamos en nuestras propias fuerzas. Rogamos al Padre su gracia en Jesucristo para seguir creciendo en nuestra vida de oración.

¡Animo en el camino! ¡Aprovecha el estudio de los Salmos para orar!     

* Creo en la perseverancia final de los santos. Eso significa que no creo que un verdadero creyente pueda perder la salvación. Dicho esto, las Escrituras nos advierten acerca de la apostasía. Ella acontece en aquellos cuya fe no es de naturaleza salvadora, no ha vivificado o transformado el corazón. En ellos la oración no podrá permanecer y la apostasía acontecerá. Dicho esto, reconocemos que las advertencias contra la apostasía mantienen a los santos alertas en el cuidado de su salvación.