Reflexiones a partir del libro Vida en Comunidad, de Dietrich Bonhoeffer.

En su libro Vida en comunidad, Dietrich Bonhoeffer destaca que la “comunidad cristiana significa comunión en Jesucristo y por Jesucristo”; de modo que “la fraternidad cristiana no es un ideal a realizar sino una realidad creada por Dios en Cristo, de la que él nos permite participar”. La aceptación de este principio nos llevará a acercarnos a esta comunidad sin imponer nuestro criterio, ni precipitarnos para moldearla según nuestro ideal. En palabras de Bonhoeffer, aprenderemos a acercarnos a ella con serenidad y espíritu de gratitud. Sentiremos un profundo asombro de haber sido recibidos por Jesucristo en el seno de su hogar, su Iglesia.  

Este principio también modelará nuestras relaciones en la comunidad. Nos acercaremos a nuestros hermanos sabiendo que “entre mi prójimo y yo está Cristo. Por eso no me está permitido desear una comunidad directa con mi prójimo. Únicamente Cristo puede ayudarle, como únicamente Cristo ha podido ayudarme a mí.” Si no queremos desarrollar relaciones idolátricas motivadas por el deseo de reconocimiento y poder – influencia sobre los demás –, debemos reconocer a Jesucristo como Mediador de nuestras relaciones. Nuestro Señor Jesús establece nuestra paz con Dios y la paz de unos con otros.

Al acercarme a mi hermano, reconozco que estoy ante un discípulo de Jesucristo, en quien Él está haciendo su obra a priori – independiente de mí – de la que tengo el privilegio de participar. Además, aprendo que la necesidad de mi hermano no soy yo – que mi amor será incapaz de satisfacer sus más profundas necesidades –, de modo que puedo amarle con mucha libertad, sabiendo que mi amor es provechoso como débil expresión de la plenitud de Cristo. Por lo tanto, me dispongo con todas mis fuerzas a ministrar a Jesucristo a la vida de mis hermanos, a fin de cuentas, ¡Él es aquello que necesitan! No soy yo la necesidad de mi hermano. Ni siquiera mis dones y talentos son lo que satisfará su alma. Él necesita a Jesucristo, y eso es algo que, por Su inmensa gracia, le puedo otorgar.     

Hoy día muchos hablan de la importancia de la comunidad. Hay iglesias que giran alrededor de la comunidad, que la buscan de manera directa. Las almas buscan a otras almas a las que ligarse en la satisfacción de sus anhelos de amor y compañía. El problema es que, aparte de la mediación de Jesucristo, sin siquiera percibirlo, nos convertiremos en manipuladores y manipulables, en sumisos y opresores, siempre buscando saciarnos directamente de nuestro prójimo y deseando que estos se sacien de nosotros. Así terminamos por crear una torpe imitación de la iglesia de Jesucristo. Bonhoeffer apunta con gran precisión que “un amor de esta clase hace caso omiso de la verdad; la relativiza porque nada, ni la misma verdad, debe interponerse entre él y la persona amada”. Esta es la razón por la que en estas comunidades el pecado no es confrontado con firmeza y determinación. Se teme el conflicto y la división. El amor no es mediado por Cristo.

¿Qué podemos hacer? Mirar a la iglesia una y otra vez a través de Jesucristo. La nuestra es una comunión en Jesucristo, quien nos limpia con Su sangre, nos viste de Su justicia, nos gobierna por su Palabra, y nos dirige con Su poder. Que esta visión llene nuestros corazones de gratitud y temor reverente ante la dádiva inmerecida de tan dulce comunión.