Hay determinadas formas de pecado y degradación moral que son en sí mismas evidencias de la presencia del juicio divino. Ellas no piden por el juicio de Dios; antes, son expresión de este. Entre las formas de pecado a las que me refiero, se encuentran aquellas que atentan a los principios más básicos de la razón humana y del sentido común. Ellas se alejan tanto de la ley divina que corrompen los principios más elementales de la naturaleza. Esto acontece, por ejemplo, cuando la sociedad deja de distinguir la diferencia ineludible entre ser un hombre y ser una mujer, llegando a pensar que es posible cambiar de uno a otro. Llegados a este punto, estamos seguros de que Dios los entregó… (Romanos 1:28).

En su famosa reflexión acerca de la muerte de Dios, Nietzsche escribe acerca del loco que enciende una linterna a plena luz del día en su búsqueda de Dios. Confiado en su propia sabiduría, muestra un desespero hipócrita ante su propia ignorancia. Cuando la razón se atribuye trascendencia divina, termina por caer en la locura. Los hombres, profesando ser sabios, se hicieron necios (Romanos 1:22), de modo que Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen (Romanos 1:28). ¿No es esta una elocuente descripción de nuestra sociedad? Cuando ya no sabemos distinguir entre un hombre y una mujer es porque el juicio ha llegado.


Pedro Blois

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