Youtube Video de Redimidos por el Hijo

EFESIOS 1:6-12.

 

Sobre los que dicen: “yo sé que Dios me perdona, pero yo no me perdono”.

El domingo pasado aprendimos que la gracia electiva del Padre es el principio de nuestra salvación – es la fuente de la que fluye toda bendición espiritual. La gracia es el amor que Dios el Padre extiende al pecador en la realidad de su pecado. Y la única explicación para que seamos bendecidos por Dios es este amor eterno e inagotable que el Padre encontró en su seno –antes del principio de los tiempos – a favor de sus escogidos.  

De todos modos, sería un grave error pensar que la gracia agota todo lo que la Biblia nos dice acerca de Dios. La Biblia nos enseña que este mismo Dios que se extiende en amor al pecador, es un Dios Santo, que aborrece el pecado, y que de ninguna manera tendrá por inocente al culpable. Es imposible entender la Escritura, y el mundo en el que vivimos, sin tener en cuenta la manifestación de los juicios de Dios… su indignación contra el pecado (su ira).

Por lo tanto, la pregunta que se establece en el corazón de las Escrituras es la siguiente: ¿cómo puede un Dios santo derramar gracia sobre el pecador, sin hacer afrenta a su santidad? ¿Cómo puede Dios favorecer al pecador, sin dejar de establecer sus justos juicios contra el pecado?

Es en este punto en el que retomamos el v.6: “para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”. La gracia del Padre viene a nuestras vidas para hacernos aceptos “en el Amado”, para que seamos aceptables delante de Él por lo que Jesús ha hecho a nuestro favor. ¡Esto sólo es posible en base a la obra del Hijo, nuestro Señor Jesucristo!

Este es el tema que nos concierne en el presente sermón:

La obra del Hijo en nuestra salvación. Estaremos considerando lo que Jesús, en obediencia al Padre, ha hecho para hacernos aceptables delante de Dios.

Este es un tema fundamental porque nos recuerda que por muy liberal que sea la gracia del Padre – se extiende al peor de los pecadores –, ella es también exclusivista, pues no se encuentra en otro lugar que no sea en Jesucristo… solamente en Él el favor del Padre se extiende al pecador.

 

En el presente sermón veremos que en Jesús encontramos:    

  • REDENCIÓN (7).
  • RESTAURACIÓN (8-10).
  • HERENCIA (11-12). En el próximo sermón…

 

(1) En primer lugar, Jesús es nuestro Redentor. Así leemos en el v.7:

“en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (v.7a).

  1. Lo primero que leemos es que Jesucristo viene a darnos redención y perdón de pecados. El término “redención” se refiere a la liberación mediante el pago de un rescate. La idea aquí es la de pagar el precio de una deuda de modo que sea liberado el deudor. Este es uno de los conceptos bíblicos para explicarnos lo que Jesucristo hizo por nosotros en la cruz.

De todos modos, este es un término de amplio desarrollo en las Escrituras:

En tiempos del Antiguo Testamento se utilizaba para hablar de la liberación de tierras que habían sido confiscadas por deudas, o de siervos que tenían que trabajar sin remuneración para pagar sus compromisos.

En el Nuevo Testamento se refería principalmente a la liberación de esclavos, cuando se pagaba el precio de un esclavo en la plaza pública para darle carta de libertad.

Pero si leéis con atención vuestras Biblias, os daréis cuenta de que, en cierto modo, toda la historia bíblica es una Historia de Redención: es la historia del Dios que viene al encuentro de su pueblo para redimirlo de la esclavitud. Lo vemos en la liberación de Israel de Egipto.

 

Leemos:

“Por tanto, dirás a los hijos de Israel: Yo soy JEHOVÁ; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes; 7y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios; y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que os sacó de debajo de las tareas pesadas de Egipto. 8Y os meteré en la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob; y yo os la daré por heredad. Yo JEHOVÁ.” Éxodo 6:6-8.

 

Después de nueve plagas que expresaban los distintos juicios de Dios en Egipto, llegaría una última y gran plaga sobre la nación: la muerte de los primogénitos. Esta plaga representaba el precio último del pecado: la muerte. A diferencia de las plagas anteriores, esta última afectaba tanto judíos como a egipcios. Ambos pueblos merecían este juicio divino.

Leemos la narrativa que el ángel de la muerte pasaría por todas las casas para matar a los primogénitos de cada familia (incluyendo a los animales).

Pero Dios proveyó a su pueblo de un modo de escapar del juicio. Ellos tenían que sacrificar un cordero de un año y pasar la sangre del cordero en los dinteles de las puertas de sus hogares. Las familias tenían que cocinar a leña el cordero y comerlo dentro de sus casas y pasar allí la noche (…).

De este modo, cuando el ángel de la muerte viese la sangre pintada en los dinteles de la puerta, pasaría por alto esa casa sin dar muerte al primogénito. Esta fue la primera pascua – “pasar por alto” – en el pueblo de Israel. En ella Dios les estaba enseñando que la liberación del pueblo sólo sería posible mediante un sacrificio de sangre… la paga del pecado.

 

  1. De todos modos, aquella fiesta apuntaba a una realidad mucho mayor… una realidad que atañe a todo hombre en todo lugar. Y es que Dios nos estaba enseñando acerca de la redención:

Que es necesario un sacrificio que pague el precio de nuestro pecado– la muerte del cordero –, si es que hemos de ser liberados de la esclavitud.

El apóstol Pablo afirma que en Jesucristo “… tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (v.7). Él es el Cordero de la Pascua. Él es – en palabras de Juan el Bautista – “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y es su sangre derramada en la cruz – sacrificio cruento – la que paga el precio de nuestros pecados.

Queridos hermanos, en lo que a nosotros se refiere, la salvación es un regalo de gracia. No tenemos que hacer nada para recibirla. Ella es una expresión de las riquezas de la gracia divina (v.7c).

Pero lo cierto es que no fue así para el Padre. Él entregó a su Hijo Amado para derramar su sangre en la cruz y vindicar de este modo su propia justicia (pagar las demandas de su santa ley), para que, a partir de su perfecta santidad, Él pudiese ser favorable al pecador.

¿Qué es exactamente lo que estaba ocurriendo en la redención? Que en la persona del Hijo, Dios estaba cargando con las demandas de su propia Ley – la Ley de Dios – para liberarnos de Dios y llevarnos hacia Dios – del Dios airado al Dios de gracia. Esto es lo que estaba pasando.

¡Esta no es una gracia barata… de algodón! Ella se establece en una justicia firme, y un precio muy alto: ¡la preciosa sangre de Jesucristo!

 

Este es el corazón del evangelio:

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” 1 Juan 4:10.

 

iii. Dicho lo anterior, lo cierto es que el término redención implica que la sangre de Jesucristo ha conseguido nuestra libertad… nuestra liberación.

¿De qué nos ha hecho libres su sangre?

 

Libres de dos capataces que nos esclavizaban:

  1. El primero de ellos es la CONDENACIÓN DE LA LEY (culpa). Aunque la Ley de Dios es santa, justa y buena, lo cierto es que, a causa del pecado, lo único que ella consigue es condenarnos. Aún el creyente – que ha recibido un nuevo corazón – debe reconocer que su obediencia a la Ley es siempre deficiente… y que aún en sus mejores actos no alcanzan la gloria de Dios.

¿Qué podemos hacer al respecto? ¿Hemos de rebajar las demandas de la Ley para hacerla manejable? (moralismo) ¿Hemos de relajarnos en la realidad del pecado para acallar nuestras conciencias? (libertinaje). ¿O viviremos siempre cabizbajos porque nunca alcanzamos las demandas de Dios? (creyentes sinceros pero inseguros). Ninguno de estos es el camino.

 

Antes, leemos en las Escrituras (Gálatas 3:10-14):

Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. 11Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; 12y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. 13Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), 14para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.”

 

Queridos hermanos, Jesucristo nos redimió de la maldición dictaminada sobre nosotros por la Ley de Dios mismo. A causa de su obra en la cruz – y de su perfecta justicia a nuestro favor –, ya no hay condenación alguna que recaiga sobre el creyente, ni se le demanda una obediencia perfecta para que el Padre le sea favorable. El creyente debe saber y vivir como aquel que es libre de toda condenación, y como aquel que ya no tiene la carga de la justicia de la Ley sobre sus hombros.

¿Es esta tu realidad? ¿Te sabes perdonado? ¿Te sabes libre de las exigencias de la ley? ¿Conoces la libertad que Jesucristo te ha venido a dar? Si esta no es tu realidad, quiero animarte a recibir sinceramente a Jesucristo. Si lo único que conoces es la religión de la Ley, quiero animarte a venir a Jesús, a bañarte en su sangre bendita, a recibir gozoso la gracia de su perdón.    

 

  1. El segundo es la ESCLAVITUD AL PECADO. En segundo lugar, la sangre de Jesucristo nos hace libres del poder o la esclavitud al pecado. El principio de rebelión que gobernaba nuestros corazones – pensamientos, afectos y voluntad – es quebrantado por el amor del Padre.

La gracia irrumpe en nuestras vidas para cambiar nuestros corazones e inclinarlos a la obediencia. La propia Ley de Dios deja de ser las demandas de un capataz perverso para ser la carta de un Padre amoroso, quien sencillamente nos dice qué es lo más excelente para mi vida.

Querido hermano, por mucha que sea la lucha que estás enfrentando contra el pecado, por recia que sea la batalla, recuerda que la sangre de Jesucristo te ha hecho libre para vencer… no sin lucha, no sin caídas – algunas muy duras – en el camino, pero libre para vivir en santidad.

 

Así leemos en las Escrituras: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.” Romanos 6:14.

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” Tito 2:11-14.

 

(2) Lo segundo que encontramos en Jesucristo es RESTAURACIÓN.

Así leemos en los v.8-10:

“…que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, 9dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, 10de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.”

En estos versículos aprendemos que Dios el Padre se ha determinado establecer a Jesucristo como Rey sobre todas las cosas, de modo que bajo Su señorío todo sea reunido… restaurado.

Esto es lo que aprendemos en el misterio de la voluntad divina… que es el modo en el que el apóstol Pablo nos habla del evangelio (la revelación de Jesucristo): que Dios el Padre ha de restaurar toda la Creación bajo el reinado de Cristo. Esto comenzó en la obra de la cruz – la redención – y culminará cuando Jesucristo se haga presente.

Se cumplirán entonces las palabras del salmista, cuando dice:

“Pídeme y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya lo confines de la Tierra” (Sl2:8)

Esto nos enseña que la salvación no es un asunto meramente individual, ni de nuestros corazones. Lo cierto es que no hay centímetro de la Creación que un día no vaya a estar bajo el señorío de Jesucristo y que no vaya a ser plenamente restaurado por Él.

 

De todos modos, dejadme hacer una aplicación personal de esta verdad:

Puede que esta idea de reunir todas las cosas en Cristo nos parezca difícil de entender, pero nos ayudará entenderla si consideramos las consecuencias del pecado como una separación, desintegración. Y esta es la enseñanza bíblica: que el pecado separa, divide, desintegra.

El pecado rompe nuestra relación con Dios (enemistad delante de Él); el pecado desintegra el fuero interno del hombre (culpa, vergüenza, pasiones desordenadas); el pecado rompe nuestra relación con el prójimo (matrimonios, padres e hijos, vecinos, naciones, etc.); el pecado rompe nuestra relación con la naturaleza y el cuerpo (la muerte).

 

De modo que cuando leemos que Jesús viene a reunir todas las cosas, lo vemos en su tarea de restauración. Mediante su muerte y resurrección Él tiene la potencia necesaria para restaurar todo lo que el pecado ha dañado.

Él viene a ponerlo todo en orden bajo su señorío.

Lo veremos en el trascurso de la epístola: él restaura la unidad de la iglesia (v.4:1-32); él restaura nuestras vidas en particular (v.5:1-20); él restaura nuestros matrimonios (v.5:21-33); Él restaura la relación padres e hijos (v.6:1-4); Él restaura la relación amos y siervos (v.6:5-9); y Él nos capacita para enfrentar al mal (v.6:10-20), pues la unidad de este lado de la eternidad nunca está carente de división… ella sencillamente sabe dónde debe establecerse la división.

Puede que haya gentes en este lugar con vidas desintegradas. Tu corazón está desintegrado; el matrimonio está roto; la relación con los hijos está rota; tu relación con los hermanos en la fe está rota.

¿Qué puedes hacer?

Aquí te presento al único que puede restaurar tu vida. Te animo a acudir a Él. Te animo a acercarte a la cruz para conocer el arrepentimiento y la fe – como disposición necesaria para todo verdadero cambio. Te animo a caminar en obediencia a su Palabra; pues una vida que se encuentra bajo el señorío de Jesucristo, bajo el regio señorío de su Palabra, es una vida que será paulatinamente restaurada, en la que todo irá encajando en su lugar.

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Fecha:
24/10/2021

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