
Estamos rotos. Cuando el Dr. Martyn Lloyd Jones quiso mostrar la condición del hombre
después de la Caída, apuntó a los diversos castillos en ruinas desparramados por el continente
europeo. Vemos en ellos una gloria perdida. Nos produce nostalgia la visión. Notamos que un
día fueron bastiones de poder y lugares de grandes celebraciones. Hoy no encontramos en
ellos más que escombros y silencio. Es como si la gloria pasada acentuase la tristeza presente,
como si su altura amplificase el ruido del golpe. Es la gloria perdida lo que hace que vivamos
insatisfechos y frustrados. La gloria se fue.
Con la maldad de los hombres ocurre lo mismo. C.S. Lewis destacó que no fueron las cucarachas las que cayeron para convertirse en demonios. ¡Fueron los santos ángeles! La santidad primera fue lo que hizo con que su maldad fuese más tenebrosa. Lo mismo ocurre con el hombre. Aunque los animales han sido afectados con la maldad de la Caída, no vemos en ellos el pecado y la perversidad propia del ser humano. Fue la justicia que una vez portamos la que hace que ahora nuestro pecado sea tan atroz.
La visión bíblica del hombre corre por estos derroteros. En Génesis aprendemos que fuimos creados para participar de una gloria singular. De entre todo lo creado, fuimos los únicos agraciados con la imagen y semejanza de Dios. Esto no significa menos que ser capaces de disfrutar y reflejar una gloria mayor. Nuestra comunión con Dios, y el oficio que portamos como mayordomos reales de lo creado, hacen de nosotros seres con una dignidad sin parangón. Aún después de la Caída, nada se parece más a Dios que el hombre. De ahí que la tentación de la serpiente encuentre cabida con facilidad.
Pero si, por un lado, somos portadores de semejante gloria, por otro, somos las más perversas y miserables de entre las criaturas (con permiso del diablo). Egoístas, desagradecidos, rencorosos, inventores de los males más descabellados y atroces, la nuestra es una raza mala. Si pensamos que el hombre ha llegado tan bajo como podría, nos sorprendemos ante el descubrimiento de una maldad mayor. Si algo de bien queda en nosotros, es bien que cojea – que no alcanza la gloria de Dios – y que responde al acto divino por el que refrena nuestra maldad. Vuelvo a escribirlo: estamos rotos.
¿Hay alguna esperanza? Sí. Jesucristo ha venido para restaurar en nosotros esa imagen que se había perdido. Pero de eso escribiré en otro artículo. De momento, notemos que la visión bíblica del hombre porta estos dos elementos: Que portamos una dignidad sin parangón entre las criaturas y que caímos más bajo de lo que podríamos imaginar.
Ver: Génesis 1:26-31; Romanos 1:18-31; 3:10-18.
Pr. Pedro Blois
2 respuestas a «Castillos en ruinas»
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QUe bien escrito y desde mi ser, totalmente de acuerdo. Vivimos entre nosotros mismos una verdadera guerra espiritual. Amén querido Pedro.
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Gracias, Antonio. Te mando un abrazo fuerte. Paz del Señor.
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