
¿Qué es el hombre? Imagen y semejanza de Dios. Esa es la respuesta bíblica (Gn. 1:26-27). Ríos de tinta han corrido en la historia de la Iglesia, y aún en la literatura universal, para intentar explicar qué significa eso exactamente. Aunque algunos difieran, parece que ambos términos hebraicos (“selem” y “demut”) se refieren a la misma idea. En el contexto de Génesis está semejanza se relaciona de un modo directo al oficio del hombre.
Dios ha establecido al hombre como virrey de la Creación. Como representante divino, el hombre es instituido como mayordomo de lo creado, teniendo la responsabilidad de ejercer gobierno y señorío sobre la Tierra (Gn.1:28). Imagen y semejanza, en el contexto de Génesis, nos habla del oficio propio de la humanidad, y de la gloria que acompaña a dicho oficio (ver también Salmos 8:1-9).
En el Nuevo Testamento – a partir de la caída y de la obra redentora de Cristo – aprendemos que Jesucristo ha venido a restaurar la imagen de Dios en el hombre. Jesús es la imagen de Dios en un sentido único y superior – pues en Él habita corporalmente la plenitud de la Deidad (Col.1:15; 2:9) -, y su propósito es que seamos transformados de gloria en gloria en su misma imagen (2 Cor.3:18; Col.3:10). Aquí el énfasis de la imagen y semejanza recae en el carácter del hombre, en la formación de un carácter justo y santo en el cristiano. Con esto no decimos que rol no esté incluído – pues el Señor restaura nuestra mayordomía en el orden de lo creado -, pero el énfasis recae principalmente en su carácter siendo formado en nuestras vidas (Rom.8:29).
A partir de estos dos énfasis, llegamos a la siguiente conclusión: La imagen y semejanza de Dios en el hombre se aplica a nuestro aficio y a nuestro carácter (identidad). En términos de oficio, nos habla de nuestra función como virreyes de lo creado. En cuanto al carácter, nos habla de la santidad y justicia que perdimos por la Caída, y que Cristo ha venido a restaurar. Tanto en oficio, como en carácter, el hombre es portador de una gloria sin parangón en la Creación. ¡Qué gran misterio es el hombre!
Pr. Pedro Blois
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