En su libro, Humanidad en crisis, Allan Noble destaca que el dogma más importante de la sociedad moderna es este: “eres tuyo y te perteneces a tí mismo”. Esta parece una idea liberadora, a fin de cuentas, predica que somos libres para crear – a nuestro antojo y sin restricciones – nuestra propia identidad, y así darla a conocer al mundo. El arte, la economía, la universidad y las redes sociales, todo parece compenetrado con este único fin: que creemos una individualidad significativa y la expresemos al mundo. 

¿Es este dogma tan liberador y satisfactorio como promete? Parece que no. Primero, porque pone sobre nosotros el fardo insoportable de crear, por cuenta propia, una identidad significativa. En otras palabras, somos llamados a justificar nuestra existencia. Esto nos adentra en una esclavitud infernal. Ya sea lo hagamos a través del  conocimiento, el desarrollo de nuestros talentos, el cuidado de nuestros cuerpos, el acúmulo de riquezas, o la práctica de la piedad, lo cierto es que nada será suficiente para sentir que hemos alcanzado nuestro objetivo. El peso de gloria que demanda nuestra alma no encuentra satisfacción con ningún logro que podamos alcanzar.    

Por otro lado, necesitamos que alguien exterior a nosotros apruebe nuestra existencia. No es suficiente con la sensación subjetiva de que nuestra vida es significativa. Queremos que alguien lo apruebe. Buscamos la aprobación de nuestros padres, amigos y de cualquier desconocido con el que nos topemos. Lo vemos en las redes sociales: Hoy somos capaces de contabilizar cuántos han entrado a nuestro perfil, si les ha gustado lo que hemos posteado, si lo han republicado … Fijaos la paradoja: cuanto más libres somos para pertenecer a nosotros mismos, ¡más esclavos somos de los demás!  

El Catecismo de Heidelberg comienza con la siguiente pregunta: “¿Cuál es tu único consuelo en la vida y en la muerte?” Respuesta: “Que yo, en cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel salvador, Jesucristo …”. El que pertenece a Jesucristo es libre de la demanda de justificar su existencia, pues se sabe recipiente de un amor de gracia, cuya razón de ser se encuentra en el tierno corazón del Padre. Además, es libre de la necesidad de ser aprobados por los demás, pues la misma sonrisa del Padre le basta. Por lo tanto, mientras pertenecer a uno mismo nos esclaviza, pertenecer a Jesucristo nos libera.


Pr. Pedro Blois

Deja una respuesta