R.C. Sproul sobre el pecado original

Es un lugar bastante común escuchar la aseveración de que «la gente es básicamente buena«. Aunque se admite que nadie es perfecto, se minimiza la malicia humana. Sin embargo, si las personas son básicamente buenas, ¿por qué el pecado es tan universal?

Suele decirse que todo el mundo peca debido a la influencia negativa de la sociedad. El problema es encuadrado dentro del entorno social y no dentro de nuestra propia naturaleza. Pero esta explicación sobre la universalidad del pecado no contesta esta pregunta: «¿Cómo fue que la sociedad se tornó corrupta en primer lugar?» Si las personas son buenas e inocentes cuando nacen, cabría esperar que al menos un porcentaje de ellas permaneciesen buenas y sin pecado. Debería ser posible encontrar sociedades no corruptas, donde el entorno haya sido condicionado por la no pecaminosidad en lugar de haber sido condicionado por la pecaminosidad. Y sin embargo, hasta las comunidades más comprometidas-con-la-justicia han tenido que tomar provisiones para tratar con la culpa del pecado.

Como la fruta está universalmente corrupta, buscamos la raíz del problema en el árbol. Jesús nos enseñó que un árbol bueno no puede producir fruta corrupta. La Biblia enseña con total claridad que nuestros padres originales, Adán y Eva, cayeron en el pecado. De ahí en más, todos los seres humanos han nacido con una naturaleza pecaminosa y corrupta. Si la Biblia no enseñara esto explícitamente, de todos modos tendríamos que deducirlo racionalmente debido a la universalidad del pecado.

Sin embargo la caída no es meramente una cuestión de deducción racional. Es un punto en la revelación divina. Se refiere a lo que conocemos como el pecado original. El pecado original no se refiere principalmente al primer pecado o el pecado original cometido por Adán y Eva. El pecado original se refiere al resultado del primer pecado -la corrupción de la raza humana. El pecado original se refiere a la condición caída en la que estamos ya cuando nacemos.

De la Escritura surge claramente que la caída tuvo lugar. La caída fue devastadora. Cómo fue que sucedió es un tema abierto a la disputa aun entre los pensadores de la Reforma. La Confesión de Westminster, de manera muy similar a la explicación de la Escritura, explica este acontecimiento con sencillez:

Nuestros primeros padres, habiendo sido seducidos por la sutileza y la tentación de Satanás, pecaron, al comer de la fruta prohibida. Dios, de acuerdo con su sabio y santo consejo, permitió este su pecado, habiendo decidido ordenarlo para su propia gloria.

Por consiguiente, la caída ocurrió. Los resultados, sin embargo, alcanzaron mucho más que a Adán y Eva. No solo alcanzaron a toda la humanidad, sino que diezmaron a la humanidad. Somos pecadores en Adán. No corresponde preguntarnos: ¿Cuándo se convierte una persona en un pecador? Porque la verdad es que los seres humanos nacen en un estado de pecaminosidad. Son vistos por Dios como pecadores, por su solidaridad con Adán.

La Confesión de Westminster nuevamente expresa elegantemente los resultados de la caída, en particular en su relación con los seres humanos:

Por este pecado cayeron de su estado original de justicia y comunión con Dios, y murieron al pecado, completamente corruptos en todas las partes y facultades del alma y del cuerpo. Como eran la raíz de toda la humanidad, la culpa de este pecado, y la misma muerte al pecado, y la naturaleza corrupta se imputó y se transmitió a toda su descendencia postrera por generación ordinaria. A partir de esta corrupción original, por la cual estamos completamente indispuestos, inhabilitados, y contrarios hacia el bien, y completamente inclinados hacia el mal, es que proceden todas las transgresiones presentes.

Esta última frase es crucial. Somos pecadores no porque pequemos, sino que pecamos porque somos pecadores. Por eso es que David se lamenta: «En verdad, soy malo desde que nací; soy pecador desde el seno de mi madre» (Ps. 51:5, La Biblia, Versión Popular).