¿Por qué soy calvinista? Porque la Escritura enseña que el pecador no está enfermo, sino muerto (Efesios 2:1). Tales son las consecuencias del pecado en el hombre, que este ni quiere ni puede amar a Dios; así como es incapaz de obedecer su ley ni de responder a su evangelio. Aunque Jesús es la luz del mundo, los hombres aman más a las tinieblas que a la luz. Ellos, por sí mismos, no están dispuestos a acudir a Cristo. Los hombres en su estado adámico son esclavos de una naturaleza rebelde, incapaz de volverse al Padre.

¿Acaso semejante estado les exime de responsabilidad? De ninguna manera. Entiéndase que la incapacidad del hombre natural de volverse a Dios no deviene de ninguna coacción externa, ni de ninguna tara constitutiva, sino de su propia naturaleza rebelde, por la que el hombre ama el pecado. Las cadenas que le esclavizan son las cadenas de su propia voluntad, de su propio corazón. Por lo tanto, aunque esclavo, es un esclavo voluntario de su propio pecado. ¿Hay esperanza para él? La hay… pero fuera de él. La única esperanza del pecador es un acto de poder y misericordia de iniciativa divina. Así como los huesos secos de la visión del profeta Ezequiel, también el pecador necesita que el soplo del Espíritu de Dios acompañe a la Palabra del Evangelio para la vivificación de su alma. Esta es su única y preciosísima esperanza.


Pedro Blois

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