#3651
Vanessa
Participante

Buenos días, queridos hermanos, que el Señor os bendiga.
La lectura de hoy, es de esas lecturas con un poquito de mezcla de contenidos (así la llamo yo), por un lado se nos presentan historias como el pacto de Dios con Noé y la Torre de Babel, y por otro lado se nos enumera genealogías, de esas que se hacen largas, pues aquí me quiero detener.
Noé se embriaga y desnuda, su hijo Cam lo cuenta a sus hermanos, Noé maldice a Canaán. ¿Qué hizo tan malo Cam para que, incluso una maldición cayera sobre su hijo? Tanto Sem como Jaseft actúan con respeto y temor, tapando la vergüenza de su padre, sin embargo, Cam expuso esta vergüenza con malicia.
Vemos pues, en la genealogía de Cam a Nimrod, dice la Biblia que su reino fue Babel y que fue fundador de Nínive (recuerdo la predicación de Pedro al respecto de Nínive constantemente).
En los descendientes de Sem vemos a Abram.
A veces me pregunto, ¿Por qué Dios inspiró que tantos nombres fuesen recogidos en la Biblia, por qué unos y no otros? Dios lo tiene todo estudiado, nada es al azar, nada por casualidad, cada palabra escrita es importante y forma parte de su mensaje.
Cada nombre dado, en el orden en que es dado, es una ventana abierta al conocimiento de nuestra naturaleza. Viendo la genealogía de Cam vemos la naturaleza pecaminosa, el orgullo y la soberbia del hombre. Viendo la genealogía de Sem, vemos hombres temerosos de Dios que obeceden sus mandatos. Así fue y así sigue siendo.
Cada año que comienza y vuelvo a leer las genealogías, descubro que algunos nombres ya me son conocidos, soy consciente de los momentos en que luché por no ir a mi Nínive, o cuando expuse a alguien, recuerdo los momentos en que honré a Dios. Todo lo que nos es revelado es útil.
No me quiero alargar mucho (creo que ya lo he hecho).
En resumen: en nuestra lectura de hoy conozco un Dios que nos conoce por nuestro nombre, que sabe de nuestras intenciones más escondidas, un Dios que nos tienen paciencia y nos cuida. ¡El tiempo de Dios es el mejor!
Es mi oración que podamos decir como el salmista: Dios es mi escudo, mi gloria, quien levanta mi cabeza. Responde mi clamor, me sostiene, hiere a mis enemigos en la mejilla y rompe los dientes a los impíos. ¡La salvación es suya!