
Blaise Pascal decía que buscamos la diversión para evadir el pensamiento de la muerte. Como si el mercado del entretenimiento, omnipresente nuestros días, encontrase su eficacia en el miedo, en el temor inconsciente de todo hombre con depararse con la inevitable realidad de que va a morir. Por eso, decimos que buscamos la tranquilidad, pero huimos de ella. Nos refugiarnos en el murmullo, en el ruido constante que nos hace rehuir de nuestra fatídica mortalidad. Y este es un problema grave para la meditación. La meditación necesita de quietud y silencio, de un alma que aprende a reposar con ella misma y con Dios.
Como el marinero que desespera en medio a la tormenta, el hombre moderno danza colgado en el mástil mientras bebe del vino de la diversión. No tiene esperanza. Pero el cristiano no debe vivir así. Hay un mapa en el barco que nos lleva a buen puerto. No quita la tormenta, pero nos enseña el camino. Y es necesario estar sobrios y bien despiertos para leer el mapa, entenderlo y poner rumbo al gozo eterno. Eso es meditar.
Meditar es un acto de fe, de esperanza. Medita con quietud y atención aquel que sabe que en la Santa Escritura encuentra los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, que en ella tiene tratos con el Dios que, en Cristo Jesús, nos lleva a un final feliz. Por lo tanto, cristiano, no tienes por qué ceder al temor, no hay motivo para emborracharse en la feria de las vanidades. Antes, aprende a meditar en aquella Palabra que es poderosa para guiarte más allá de la muerte.
Pedro Blois