
La mente es un campo de batalla. A ella fueron lanzados los dardos del primer ataque de la Serpiente en el Edén. En ella se fraguaron las dudas referentes a la Palabra de Dios y a sus buenos propósitos para con la vida del hombre. Y ella sigue siendo el lugar en el que se centran los combates más intensos.
¿Cómo preparar la mente para semejante conflicto?
En primer lugar, debemos aprender a ser vigilantes. Decía Lutero que un pájaro podría posar sobre nuestra cabeza, pero ¡no hacer un nido! El apóstol Pedro nos llama a ceñir los lomos de nuestro entendimiento (1 Pe.1:13), y el apóstol Pablo nos manda ser proactivos en la consideración de aquello en lo que pensamos (Fil.4:8). La santificación de la mente pasa por dar atención a los pensamientos que permitimos que permanezcan en ella. Estos regirán nuestros afectos y decisiones. Por lo tanto, estemos atentos.
En segundo lugar, hemos de ser reflexivos. Debemos cultivar el hábito de meditar de un modo profundo en la verdad (Sal.1:2). Ella debe llegar a ser el modus operandi de nuestros pensamientos. La Biblia nos provee del alimento cuyos nutrientes deben alimentar nuestros pensamientos en el diario vivir. Jesús nos enseña que solamente si permanecemos en su Palabra podemos fructificar (Jn.15:5, 7).
En tercer lugar y último lugar, debemos gobernar sobre los amores del corazón. La mente tiende a pensar en aquello que ama el corazón. Esta es la razón por la que en el salmo 1 el deleite precede a la reflexión (Sal.1:2). ¿Cómo hacerlo? Aquí es donde la oración sincera y sencilla entra en juego. El Espíritu Santo es el encargado de llevarnos a gustar de los bienes venideros, y Él lo hace a través de la Palabra. Por eso, cuando meditamos en la verdad, oramos para que por el Espíritu gustemos de la dulzura del cielo (Sal.119:103).
Pedro Blois