“Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría” Proverbios 4:7a

De todas las cosas que podemos desear en esta vida, ninguna se compara con la sabiduría. De todo lo que podemos esforzarnos por alcanzar, nada se iguala a ella. Salomón lo entendió a la perfección. Cuando Dios, en el principio de su reinado, le dijo en sueños que escogiera lo que desease de su mano, no dudó en pedir sabiduría. Y es que la sabiduría es la madre de todo lo más deseable en esta vida. Junto a ella Dios le otorgó riquezas, honor, victoria contra sus enemigos y larga vida.

Podemos entender la sabiduría a partir de tres principios:

En primer lugar, la sabiduría es la capacidad de emitir un juicio sabio a partir del conocimiento adquirido. Si el conocimiento nos lleva a entender lo qué tenemos ante nosotros, la sabiduría nos lleva a dirimir con rectitud la verdad de la mentida, la bondad de la perversidad, la belleza de la fealdad. Por esta razón, la sabiduría es lo que lleva a los hombres a ejercer un gobierno beneficioso para su pueblo.  

En segundo lugar, la sabiduría nos permite ver los pormenores de nuestra historia desde la perspectiva de la gran historia. El hombre sabio logra ver su rol en aquello que Dios está haciendo, de modo que puede tomar buenas decisiones a largo plazo. El sabio sabe discernir aquellas cosas que son más excelentes – aquellas por las que vale la pena vivir –, y cuál es el camino que debe seguir para alcanzarlas.

En tercer lugar, la sabiduría tiene que ver con la cordura, el sentido común. El hombre inteligente sabe que el tomate es una fruta, al sabio ¡no se le ocurre ponerla en la ensalada de frutas! ¿Por qué? Porque es cuerdo. La sabiduría supera al conocimiento en tanto a que provee a su poseedor de la intuición necesaria para ver más allá de los datos con los que cuenta, y fijarse ¡en lo que tiene delante!

¿Cómo adquirir sabiduría?

Primero, pidiéndola. En Proverbios 1:7 aprendemos que “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová”, lo que implica reconocer que nada tenemos si no Dios no nos lo otorga. Y aunque Dios podría darnos sin que le pidamos, Él parece deleitarse en que le pidamos las cosas: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Stg. 1:5).  

Segundo, estando atentos a la instrucción, especialmente a la que no nos gusta. En cierta ocasión escuché a un hombre sabio decir que no adquirimos sabiduría aprendiendo por internet, porque solemos ir a afianzar en la web aquello en lo que ya creemos. La sabiduría viene cuando oímos el consejo que, por lo general, no queremos oír, cuando nos exponemos a aquellos que ponen en evidencia nuestros errores. Por esta razón, principio de la sabiduría es estar atentos a lo que nos dicen nuestros padres (Pr. 1:8).  

Tercero, ejercitándola. El hombre sabio es un hombre que medita, reflexiona,y pone en práctica lo que ha aprendido. Muchos no crecen en sabiduría porque no se han ejercitado en la obediencia. La sabiduría no se conforma con buenas proposiciones, sino que parte a la acción. El hombre sabio es un hombre de acción, un hombre que sabe que las tareas hay que comenzarlas y terminarlas. Por eso: “El hombre sabio es fuerte, y de pujante vigor el hombre docto.” (Pr. 24:5). La sabiduría es útil, ella edifica.

Por lo tanto, hermano, sobre todas las cosas, busca la sabiduría. 


Pedro Blois

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